Las contracciones se intensificaron y se hicieron muy dolorosas en el sexto mes de embarazo. La placenta se había desprendido en un 45% y la orden del médico era estricta: no levantarse excepto para ir al baño y hacerlo lentamente y con cuidado.
Ya que mi pasatiempo favorito es leer y en vista de que no se me permitía hacer nada más que estar acostada, pensé que me había llegado la oportunidad perfecta para leer un libro sobre alabanza y adoración, que es otra de mis pasiones. Este libro llevaba varios años en mi lista de lectura. Le pedí a Franco que lo comprara para mí y comencé a leer su versión en español. Yo suelo ser «come-libros»; cuando empiezo uno que me cautiva, no puedo parar. En cuanto al libro en mis manos, mis expectativas eran altas. Pensé que sería profundo y enriquecedor. Me preparé para «tocar el cielo» mientras lo leía. No obstante, al adentrarme en sus páginas, una pequeña gota de decepción se formó como la minúscula gota de lluvia que lleva el viento frío anunciando una tormenta. Mi esperanza de que mejorara más adelante era tal que me motivó a continuar. Pero a medida que avanzaba, las nubes de decepción se hacían más negras. En mi interior se formó una tormenta de indignación que acabó con mi serenidad. Me sentí engañada. Quería gritar. Quería reclamar. Me sentí impotente. Pero ¿por qué?, me pregunta usted. Porque este libro había sido víctima inocente de una mala traducción, que en lugar de irradiar vida solo lo hacía ver como una hoja seca desprendida de su rama por el viento de otoño. —Le robaron su alma, su vida, el sentido mismo por el cual existe —le dije a Franco, con una tristeza que inundaba mi ser como si yo misma hubiera sido la víctima.
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Era noviembre de 2006, el año en el que nuestra vida dio un giro totalmente inesperado que hizo que la promesa de Romanos 8:28 fuera una realidad tangible para nosotros.
Me encontraba en cama por tercera vez en los últimos cuatro meses, con orden médica de reposo absoluto, porque estando apenas en el cuarto mes de embarazo ya se lo consideraba uno de alto riesgo por las múltiples amenazas de aborto que había tenido. El médico exigió cuidados extremos y la toma de una decisión: —Su trabajo o su bebé —dijo, sin titubear. Obligada a renunciar a mi vida que carecía de un botón de pausa, a mi trabajo de 10 horas diarias como maestra de español e inglés en un distinguido instituto de idiomas de mi ciudad y también al ministerio en el que colaboraba como voluntaria, me vi sentada en mi cama, un tanto confundida. Por mi mente pasaban todos los momentos en los que, junto a mi esposo, habíamos trabajado de manera tan intensa, sin descanso, en la obra de Dios. Soñábamos con tener un ministerio de alabanza exitoso, con ser líderes respetados y conocidos por nuestro talento, que otros ministerios nos invitaran a compartir, enseñar y dar conciertos de alabanza. En una escala del uno al diez, casi estábamos en el número seis en el camino a esos sueños. ¡Supongo que ya podíamos considerarnos exitosos! Como parte del paquete de ese «éxito ministerial» pensamos que vendría una linda casa, un buen auto, viajes alrededor del mundo, salud, buenas amistades y bastante dinero para proveer una educación de calidad para nuestros hijos. Deseábamos ser «alguien» en la vida y que fuéramos admirados por ello. Suena a una vida ideal, ¿no es así? Nuestro hijo mayor, Nicolás, que entonces tenía tres años, descansaba a mi lado. Estaba acostado con su mano sobre mi vientre ligeramente abultado, repitiendo de memoria todo el diálogo de la película Cars. Yo no podía dejar de admirarme de su capacidad de retención. ¡Se lo aprendió todo! Mi esposo, Franco, estaba en uno de sus viajes que eran parte de su trabajo como presidente de una misión cristiana en la que participó como cofundador. Él amaba su trabajo, aunque le incomodaban las circunstancias de aquel momento en la misión. Pero ya que yo me encontraba en una situación delicada y requería mucho cuidado, él se vio forzado a dejar «temporalmente» su ministerio para poder cuidar de mí y de nuestra familia. Así que este sería uno de sus últimos viajes. De pronto, como si mis ojos hubieran salido de mí para voltearse a mirarme, me vi ahí, en una condición que se consideraba «normal» porque seguía los patrones de vida que se supone debemos seguir: nacer, crecer, reproducirse. Pero también me vi en un estado de pasividad que me asustó… y no me gustó lo que vi. |
Franco y ElenaTraductores y editores de literatura cristiana. Autodidactas. Padres de un adolescente y dos niñas. El pasatiempo favorito de Franco es cocinar; el de Elena es leer. El mayor anhelo de sus vidas es el de agradar y honrar a Dios en todo lo que hacen. Su visión: gozar en la eternidad con Cristo. Archives
September 2023
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