Escrito por Elena de Medina Desde que era niña me agradó mucho la lectura, un gusto que desarrollé gracias a la insistencia de mi padre. Él es un hombre que tomó con seriedad las palabras de la Biblia en Colosenses 4:5b: “utilizando su tiempo de la mejor manera posible”. Para él, leer es una de las mejores maneras de usar nuestro tiempo, por lo que siempre me proveyó de libros, para que yo no tuviera excusas. ¡Leer, instruirse, estudiar, aprender: eran la ley! Entonces desarrollé un amor por la lectura, por los libros, por las historias y por esos mundos a los que se puede viajar cuando uno se sumerge en las páginas de una novela. Las novelas siempre fueron mis favoritas. En realidad, desde niña he deseado convertirme en escritora de novelas, aunque ese sueño aún no se ha hecho realidad. Sé que hay un libro (¡o quizás más!) en mí, pero mientras llega el día en el que pueda dejarlo salir, seré la voz de otros escritores en mi propia lengua, en el papel de traductora.
Debemos tomar en cuenta que un autor requiere muchos años para escribir una novela. En ciertas ocasiones, cuando se trata de novelas históricas (como la serie DC de Ted Dekker, por ejemplo) el autor viaja a los lugares de los que escribirá para poder conocerlos, para interactuar con su gente, su cultura, su historia y sus tradiciones. El autor no solo escribirá de su imaginación, sino con base en hechos que para él no son simples datos informativos, sino parte de sus recuerdos, sus sentimientos y sus experiencias. Esto sin duda le dará a la historia un toque muy personal y en cada palabra quedará impregnada su alma. Cuando me ha tocado traducir o editar novelas: - Me maravillo ante la extensión de la imaginación tan perspicaz del autor. Me alucina su capacidad de definir cada detalle, hasta lo impensable, y ponerlo en palabras que hacen de ese un instante vívido. Esto me exige la sutileza para poder transmitir el momento de tal manera que el siguiente lector pueda vivirlo y sentirlo igual. - Me deslumbra ser transportada a otros mundos, ser seducida por las palabras del autor y enamorarme de su historia al punto de no poder detenerme porque estoy completamente ajena a mi realidad e inmersa en otra dimensión. Cuando trabajo en una novela me convierto en una viajera del tiempo que con sabiduría traza el camino para aquellos cuyo peregrinar será el mismo. No puedo permitirme el lujo de trazar un sendero cuyo destino no sea el que el autor tuvo en mente. - Me encantan los giros inesperados en la trama porque hacen saltar mi corazón. ¿Qué matices usaré de modo que el siguiente lector sea sorprendido de la misma manera que yo? Aquí radica la importancia de mi habilidad como traductora quien, sin excederse en sus funciones, debe tender el puente sobre el vacío y transmitir la emoción con tal equilibrio que mantenga cautivado al lector. - Me enloquecen los juegos entre intenciones y sentido, las asociaciones culturales y los reflejos de pensamiento y de creación que me impulsan a confiar en mi instinto, como un olfato que orienta y revela, que conmueve y me lleva por el rastro que me conduce al verdadero sentido. - Y por supuesto, me fascina el reto que representa traducir la verborragia efusiva de una obra que desafía mi capacidad de convencer, seducir, convocar, dominar, verter, recordar las palabras y vencer con ellas. Convertirme en testigo de la maravilla en la que se convierte la obra de mi creación, como lo es la obra ya creada. Si bien no soy la dueña de la obra creada, al traducirla respeto su sentido, pero las palabras son mías, como lo dijera una vez la escritora brasileña Clarice Lispector. El traductor de novelas es un artista que afronta una misión imposible. Su labor consiste en lograr que la obra traducida sea una fiel copia de la original, pero en otro idioma. El objetivo es que la obra traducida parezca haber sido escrita por el autor mismo, pero en otra lengua, en otra cultura e incluso en otra época, y que el traductor se vuelva invisible. La paradoja aquí es que el traductor deberá lograr una obra idéntica a la del autor, en el menor tiempo posible, y sin contar con todos los recursos con los que contó el autor al escribirla. Pues pocos son los casos en los que el traductor, a diferencia del autor, logra viajar a esos lugares de los que escribirá para conocer la gente, la cultura, la historia y las tradiciones para luego impregnar esas experiencias en cada palabra. ¿Puede usted vislumbrar, entonces, la inescrutable dificultad del traductor de imaginar y después concretar el acto de traducir, esa casi insolencia de transmitir a Otro que habla, escribe, siente, piensa, actúa, fluctúa y vive en otra lengua, y que a veces, para empeorar las cosas, ha vivido de manera personal las experiencias de las que escribirá en una novela que llevará su huella digital? A pesar de todo esto, por todas sus exigencias y desafíos, por su intriga y sus trampas sagaces, y por mi personalidad perfeccionista y soñadora, la traducción del género novela será siempre mi favorita. Después de todo, aunque al traducir yo esté presente en otros tiempos, en mundos inexplorados, en lugares a los que jamás he ido, ante reyes y gobernantes, mi paso por esos lugares será fugaz. Y mi huella, aunque concreta, constante y sonante, será siempre invisible. Usted acaba de leer El traductor de novelas. Le invito a dejar sus comentarios. Gracias.
2 Comments
Malena
2/9/2016 11:59:10 am
Comparto el sentimiento y la pasión por escribir, en mi caso, no precisamente novelas, pero cuentos para niños.
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Graciela
2/9/2016 12:23:34 pm
Excelente descripción de nuestra labor.
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Franco y ElenaTraductores y editores de literatura cristiana. Autodidactas. Padres de un adolescente y dos niñas. El pasatiempo favorito de Franco es cocinar; el de Elena es leer. El mayor anhelo de sus vidas es el de agradar y honrar a Dios en todo lo que hacen. Su visión: gozar en la eternidad con Cristo. Archives
September 2023
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